Fotografía: @cristina_gottardi


Quiero hacer contigo un ejercicio sencillo. Sea donde te encuentras en este momento, detente  unos segundo a mirar tu entorno. Puede que estés  en un lugar frecuente como tu habitación,  oficina, el cafetín de todos los días; tal vez  vayas en  un bus o esperes turno en  una oficina pública.  No importa. Da un vistazo… más que un vistazo: observa lo que hay a tu alrededor.

Si se trata de tu espacio todos los días, analízalo con ojos distintos. Imagina que eres un visitante que llega por primera vez y está descubriendo tu propio espacio. 

Por el contrario, si te encuentras en un lugar nuevo, busca algún elemento con el que conectes, que te llame la atención: objeto, persona, tal vez la luz del sol que se refleja sobre el suelo dibujando sombras interesantes, o el rostro amable de alguien frente a ti.  Lo que sea. Busca.

El espacio físico es la envoltura cambiante de nuestra vida. Pasamos a través de lugares, circunstancias, tenemos encuentros fugaces con seres que jamás en la vida volveremos a ver. Sin embargo, nada es ajeno  a nosotros, por el simple hecho de formar parte de nuestros escenarios momentáneos,  se crean conexiones, y estas  inducen a emociones  y sensaciones diversas que no logramos detectar de manera consciente. Aún así nos transforman, determinan nuestro comportamiento, ideas, sueños, frustraciones. 

Así como nuestros sentidos sólo conectan con una ínfima parte de todo  aquello que nos envuelve. tampoco somos capaces de conectar conscientemente con otra infinitésima parte de lo que somos. Nos hemos creado una idea de nosotros mismos,  que no sólo responde a nuestra genética, sino también a todas las influencias externas: crianza, cultura, educación, entorno, medios de comunicación, amistades, agresiones sociales, paradigmas,  creencias, y un gran etcétera.

Y hemos llegado al punto de creernos, muchas veces, inmodificables en nuestra imperfecta perfección. Pero en algún momento de la vida, tal vez en los sueños, en el silencio, en la oscuridad, algo dentro de nosotros nos habla de nuevas verdades, teorías individuales que no calzan con las supuestas verdades instaladas a lo largo de nuestras vidas. Y de pronto sentimos la necesidad imperante de hablar nuestro propio idioma; uno distinto al manejado hasta ahora. Uno nuevo, un dialecto, tal vez.

Y en el intento, se proponen tareas, proyectos, y en muchos casos la urgencia de emprender, de abrir las puertas de un negocio, al que apostamos todo para lograr, a través de él, un estilo de vida que anhelamos.

¿Te das cuenta entonces de que ya de entrada tenemos a mano los recursos de diferenciación? 

Nadie ha acumulado las mismas experiencias y descubrimientos. Nadie tiene la visión que has ganado para implementar ideas, interpretar información. Lo que quiero decirte entonces, es que en la reñida competencia de todos los días, donde miles y miles de productos se debaten espacios en vitrinas, en las pantallas de nuestros ordenadores, en vallas publicitarias, y especialmente, en la mente de consumidores, tú cuentas ya con un patrimonio único. 

Y mucho antes de las inversiones requeridas, de  los equipos de trabajo efectivos, de ingeniosas estrategias de mercado, y de toda esa abrumadora lista de  requisitos  para convertirnos en empresarios, está el  recurso más auténtico, genuino, original… ése eres  tú.

Así que no te pierdas entre la multitud, no  te despersonalices para comenzar a hacer lo que suelen hacer todos.

Diferénciate… en lo que hagas, en lo que emprendas, detente en los detalles, en las esencias, en lo que todos pasan por alto. Descubre...  resalta lo que solo existe en ti, y de forma notoria, para el mundo: DIFERÉNCIATE.

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